Cristhian París, el sobreviviente

En la mitad de una enorme y polvorienta bodega con miles repuestos usados para automóviles Mercedes-Benz de todas las épocas, sobrevive un insólito personaje que parece sacado de una novela antigua. MBenz expert quiere con este artículo hacerle un merecido homenaje en vida.

En 1769 llegó a Colombia José Martín París Álvarez, militar procedente de España, quien por razones aún no descritas terminó apoyando la causa de la independencia y aparece en la lista de fundadores de la Sociedad Patriótica de Amigos del País, junto con el sabio José Celestino Mutis. Años más tarde contrajo matrimonio con Genoveva Ricaurte Mauris, reconocida heroína patriota que apoyó primero a Antonio Nariño y luego a Simón Bolívar. Sus siete hijos sirvieron a la misma causa, destacándose entre ellos Joaquín Paris Ricaurte, presidente de Cundinamarca y comandante del Ejército Libertador. De esta lejana estirpe viene Cristhian, cuya vida se ha relacionado con la marca Mercedes-Benz desde hace 70 años. 

La familia París ha estado vinculada a la sociedad bogotana más tradicional, aportando con su descendencia figuras relevantes de la política nacional como los presidentes Rafael Urdaneta Farías (esposo de Dolores Vargas París) y José María Melo (esposo de Teresa Vargas París) en el siglo XIX y más recientemente el general Gabriel París Gordillo, miembro de la Junta Militar que sucedió al general Rojas Pinilla en 1957 en la presidencia de la república. 

Por entonces Enrique París Samudio, primo hermano del general, ya se había casado con Luz Calle Villegas, con quien tuvo diez hijos, el quinto de ellos nacido el 5 de diciembre de 1943 y bautizado como Cristhian (ubicando de manera deliberada la hache entre la t y la i para llevarles la contraria a todas las versiones de ese nombre) y que significa cristiano o seguidor de Cristo. 

En eso acertaron, sin duda, porque Cristhian se declara cristiano abosluto y devoto fiel de las Vírgenes del Rosario y de Fátima, desde cuando a los ocho años vio cómo una volqueta en el barrio Lijacá atropelló a Pedro, uno de sus hermanos menores y para aislarlo del trauma fue confiado por sus padres a la madre Melania en el colegio del Rosario de Chocontá. 

Años después ingresó al colegio José Joaquín Ortiz de Tunja, remedio infalible para los niños de dudoso rendimiento y peor comportamiento y luego al colegio Nuevo Liceo en la finca El Redil de la carrera séptima con calle 174 en Bogotá, donde se graduó como bachiller después de llegar descaradamente tarde todos los días, porque vivía justo al lado con su familia paterna en la finca Hendaya ubicada donde hoy funciona la exuberante plaza de mercado de Codabas. 

En esa zona conoció a quien fuera su primera esposa, Martha Garzón, estudiante del colegio de Nuestra Señora de la Paz, justo al frente del Nuevo Liceo, en la finca Zarauz donde hace cinco décadas funciona el colegio Claustro Moderno. Con ella tuvo a sus dos primeros hijos: Paola y Mateo. Años después nació Verónica, de su unión con Ángela Gutiérrez. 

De los anteriores hechos hay total certeza, no porque lo cuente Cristhian, sino porque se pueden documentar sin mayor tropiezo. Sin embargo, de aquí en adelante todo parece ser más o menos cierto, según él mismo lo afirma, porque uno de sus recientes accidentes le produjo una honda fractura en el cráneo y consecuencias serias en su memoria de corto y largo plazo. Por eso en el momento de entrevistarlo, al preguntarle cuántas veces se casó contesta: «ninguna». Y en seguida, al recordarle el nombre de sus hijos se despierta del todo y narra con nostálgica felicidad los detalles más significativos.   

De tal manera que, al parecer, su padre fue gerente en Colombia de International Correspondence Schools, editorial que ofrecía varias decenas de cursos técnicos, incluidos los de mecánica, que a Cristhian  le llamaron poderosamente la atención y que junto con los de la Enciclopedia Colliers (de la cual fue un desmotivado vendedor) le definieron una vocación que lo llevó a cursar estudios de ingeniería automotriz en la Universidad de los Andes, probablemente entre 1965 y 1969.

Años después compró su primer automóvil, un Mercedes 180 Ponton (W 120) de 1954 con el motor dañado, que era de una viuda que vivía en las recién construidas torres del Parque. Gracias a ese hermoso automóvil, que aún conserva, conoció el almacén El Desvare ubicado tal vez en la calle octava con carrera 16, que importaba motores usados de Estados Unidos y repuestos para diversas marcas de autos. La atracción que esa actividad le generó lo llevó a establecer un negocio de compra y venta de automóviles llamado Autolimitada,  en los parqueaderos  de Pintucar de la carrera séptima No. 39-45. Seis años después le vendió el negocio a Nicolás Libos, reconocido comercializador de vehículos de lujo importados.  

En seguida montó con el mismo nombre un negocio de venta de repuestos en la carrera 26 con calle 72, el cual le permitió comprar un automóvil marca Interlagos que vio exhibido en el pabellón de Renault en la Feria de Exposiciones y luego cambiarlo por un Alpine que todavía conserva. En esa misma época trabajó en su primer carro armado por él mismo, a partir de un Ford convertible de 1927 de dos puertas y ‘porta suegras’ que consiguió en Popayán para transformarlo en un Hot Rod con  motor V8 y caja de cuatro cambios al piso, con el único propósito de ‘chicanear’, posicionarlo lentamente y venderlo bien, tal como sucedió: el carro fue llevado a los Estados Unidos. 

Con especial afecto recuerda Cristhian su Mercury 54 con el cual participó en numerosas carreras clandestinas de viernes en la noche en los parques del occidente de Bogotá. También con ese Mercury tuvo sus primeras experiencias en el Autódromo Mejía, una flamante pista de cuatro kilómetros que nunca se concluyó y en la cual se corrieron válidas de la Fórmula 2 y tuvo a Frank Williams entre sus distinguidos pilotos visitantes. Cuchilla Londoño, Pacho López, Pacho Triviño y Jorge Cortés fueron algunos de sus principales compañeros y contrincantes. Y también  recuerda haber ganado la categoría Mecánica Nacional hacia 1964 en la cual participó Moisés Wolowitz con un Chevrolet 55 que había sido vencedor en Daytona. Con ese Mercury y también con un Simca 1.204 ganó dos veces el circuito San Diego en el autódromo Mejia, una carrera de media pista que rememoraba el circuito original de los años 50 en el histórico barrio San Diego de Bogotá. 

Su pasión por la mecánica artesanal lo llevó emprender uno de sus logros más célebres, la construcción a mano de la réplica de un Bugatti T35B de 1927, a partir del manual de instrucciones que se encontró en uno de sus viajes para traer motores y repuestos usados.  Se basó en el chasis de un Volkswagen escarabajo 1955 al que le quitó la carrocería. Con la ayuda de su amigo Roberto Ávila -quien fabricaba lanchas en fibra de vidrio- elaboró el molde, el varillaje y los soportes,  revisando despacio y con juicio fotografías originales. Al final lo pintaron de verde y así lo estrenó por las calles bogotanas, con el único propósito de llamar la atención de la gente, incluidos los policías que lo paraban con frecuencia no para verificar los papeles del carro (que sí tenía) o el pase  (que no tenía) sino para tomarse fotos con el exótico vehículo. Posteriormente lo pintó de azul con amarillo simplemente porque le parecía más vistoso, alejándose de la paleta de colores originales del modelo.

En esos días el afamado taller Asociados Técnicos le encargó un motor para un Mercedes-Benz 180 pontón que Cristhian consiguió en El Desvare a un precio aceptable y que logró vender muy por encima de lo razonable, dándose cuenta de que los motores y las partes Mercedes-Benz tenían buen mercado y mejores precios que muchas otras marcas. De manera que le cambió el nombre y el propósito a su compraventa de carros, que rebautizó primero Cristhian París Repuestos y luego  Merced-Repuestos. Eso fue más o menos en 1964 y desde entonces se ha consolidado como una de las bodegas con mayor número de repuestos para Mercedes-Benz con la dudosa filosofía de no botar nada. Allí es posible encontrar más de cuatro canecas gigantes de tornillos, decenas de estantes y cajas con cientos de escudos, manijas, chapas, carburadores, pistones, bombillos, boceles, stops perfectos, completos, semicompletos, rayados, rotos o arruinados por completo, y amplias pero incómodas secciones con parabrisas, farolas, puertas, empaques, parrillas, capots, baúles, exostos con todo el polvo acumulado de las ya casi seis décadas en las que no les ha pasado ni un trapito por encima o por los lados, porque siempre está atendiendo en persona con chistes flojos a una clientela a la cual le cobra según su particular estado de ánimo o su parecer. Difícil precisar cuántas piezas de repuesto hay en ese fantástico y polvoroso lugar, pero no creo exagerar si calculo al menos veinte mil.

Problemas no le han faltado. Más bien le sobran. Carros comprados y vendidos con papeles en duda lo llevaron a tener fastidiosos inconvenientes legales y en consecuencia a dedicarse por completo a los repuestos, aunque son bien conocidos al menos ‘de oídas’, los dos o tres lotes de Mercedes-Benz abandonados que tuvo para desbaratar y vender por piezas. 

Un día, saliendo de la finca por la vía a Mondoñedo, camino a Bogotá, después de sortear un resalte antes de tomar la carretera, se encontró con un carro varado de frente y tuvo que sortearlo de afán en medio de la lluvia en una noche muy oscura. Tal vez iba en un BMW o en el Alpine. Terminó sumergido con el carro ‘patas arriba’ y sin poderse soltar de un eficiente cinturón de seguridad. Empezó a broncoaspirar y alcanzó a sobrevivir gracias a la intervención de un amigo que venía detrás en otro vehículo, quien rompió el panorámico y lo sacó. Probablemente estuvo en la clínica de Marly en cuidados intensivos varias semanas. 

Muchos años después, cuando se dirigía a dejar, o recoger, algún repuesto por el barrio Los Alcázares, se accidentó en la moto Scooter que nunca le dejó manejar a su hijo Mateo, por peligrosa. Al pasar una intersección miró para la derecha sin darse cuenta del carro que venía por la izquierda y que le partió con la trompa una pierna y con el parabrisas el cráneo. 

Desde entonces ha vivido a pedacitos, trabajando a media marcha y tratando de recordar cada día quién es y qué hace ahí, mientras afirma con precisión absoluta que el tornillo del segundo cajón a la derecha de su desvencijado escritorio es el único indicado para ajustar por dentro el stop acanalado derecho trasero de un  Mercedes 250 C motor 2.8, serie W 114,  segunda generación de 1976… y siempre está en lo cierto. 

Recientemente ha sufrido otros percances de salud porque según él mismo afirma, «se le tapó la cañería». Una creciente falla múltiple que involucra riñones, próstata, hígado y estómago lo mantiene con el buen humor a raya pero siempre dispuesto a recibir con su mejor semblante de viejo cachaco astuto y bonachón a los amigos, con la ilusión de que alguien le lleve  chocolatinas Jet a escondidas de Hermencia, abnegada cuidadora en estos últimos años. 

No duda en señalar a su familia como la fuente suprema de felicidad, aún después de la reciente muerte súbita de Mateo, su hijo, amigo, compañero y colega, cuya causa nunca ha querido conocer. Más bien prefiere acordarse de cuando Mateo le pidió permiso para tocar batería con Cabas y otros amigos del colegio en el tercer piso de la casa donde vivían, banda que se llamó durante varios años El Tercer Piso. 

Antes de despedirme me preguntó si sabía por qué en la cúspide de la iglesia de San Juan Bosco hay una estatua gigante de la María Auxiliadora y no de Juan Bosco. Ante mi mirada absorta me contó que originalmente había una estatua del fundador de los salesianos, con un sombrero de varias puntas y las manos extendidas al cielo, que en conjunto parecía un vampiro gigante en las noches de luna llena, razón por la cual su padre le regaló al cura Frodesky -superior de esa parroquia- la imagen que hoy gobierna los techos del barrio La Cita. Y también que mucho después se dio cuenta de que la Virgen no estaba iluminada, porque los reflectores habían sido dispuestos para que los seminaristas pudieran jugar basquetbol en las noches. 

 

En seguida Cristhian llevó dos exploradoras Bosch originales de un Mercedes-Benz 250 negro de 1970 que lleva vendiendo por más de veinte años, y él mismo ayudo a instalarlas en el techo junto con el convertidor de 12 a 120 vatios que también donó. 

—Primero la Virgen— dice con reposada autoridad. Es cierto. Y además coherente. Por eso perdió algunas de las válidas dobles a Sogamoso que iba punteando, porque al pasar por Chocontá se desviaba para saludar a la Virgen del Rosario que desde los ocho años le ha ayudado a soportar los inesperados embates de la vida.

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